



Hoy sabemos que la cantidad que Hoffman consumió intencionadamente aquel día es el doble de una dosis estándar de LSD; pero, sin duda, aquel 19 de abril de 1943 marcó un hito en la investigación con psicodélicos.
A pesar de que se popularizara como droga recreativa a lo largo del globo en los años 50 y 60 —y posteriormente ilegalizada en 1971—, el descubrimiento de la LSD, el «hijo problemático de Hoffman», fue el catalizador de una revolución científica en la manera de entender el funcionamiento de nuestro cerebro. De hecho, la neuroquímica moderna no existiría de no ser por este psicodélico. Gracias al conocimiento de la fórmula química de la LSD, los científicos descubrieron un neurotransmisor clave en el cerebro humano: la serotonina.
La LSD comparte el esqueleto tríptamínico con la serotonina y encaja como una llave en los receptores de serotonina, estimulando su actividad sutil o profundamente. Los receptores de serotonina están implicados en funciones tan importantes como la percepción de la realidad, las emociones, el apetito o el sueño. Por ello, la LSD es capaz de generar un estado alterado de conciencia cargado de alucinaciones, euforia y cambios en las percepciones sensoriales.
Quizás uno de los datos más curiosos sobre la LSD es relativo a su toxicidad o, mejor dicho, a su baja toxicidad, pues prácticamente no existen muertes por sobredosis relacionadas con esta sustancia. Echa un vistazo a este otro artículo para saber más:
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