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San Valentín, el festival capitalista de amor romántico regresa una vez más a sus pantallas.
¡Ay, el amor! Ese ideal emocional al que toda persona parece aspirar. Aunque no haya una definición objetiva, sin duda el amor es uno de los sentimientos humanos más bonitos y, a la vez, más profundos. Enamorarse genera una avalancha de neurotransmisores que termina modificando la química de nuestro cerebro. ¿Cuántas veces habremos escuchado eso de que «hay química» entre dos personas? Los científicos llevan estudiando las bases neuroquímicas del amor desde hace décadas. Curiosamente, los resultados apuntan a que los cambios que ocurren son similares a los que se producen en el cerebro de las personas adictas [1].
Hace poco me tropecé con un tweet que compartió una de esas personas positivas de internet en el que ponía algo así como:
Medicinas que deberían inventar:
1) Amor propio en cápsulas. 2) Remedio para el amor no correspondido.
3) Anti-miedos 4) Jarabe para expresar sentimientos.
El tweet había sido compartido por miles de personas, por lo que podríamos argumentar que hay gente que estaría de acuerdo con estas medicinas si existieran. Y por supuesto, la contestación más retuiteada fue la que decía «Ya existe. Se llama MDMA».
En cierta medida, tiene razón. La 3,4-metilendioximetanfetamina o MDMA está considerada por muchos como la «droga del amor». Pero ¿qué es esta sustancia realmente? ¿Puede provocar sentimientos de amor? ¿O los usuarios están exagerando para justificar su consumo?
También llamado éxtasis, la MDMA es una sustancia psicoactiva ampliamente utilizada en los espacios de fiesta que se caracteriza por sus efectos empatógenos, es decir, su capacidad de generar empatía y sensaciones de bienestar con los demás. A pesar de que su fórmula química recuerda a las fenetilaminas psicodélicas clásicas como la mescalina, la MDMA pertenece químicamente al grupo de las anfetaminas. Sin embargo, el éxtasis no es una droga de perfil psicodélico ni tampoco de perfil anfetamínico. Se trata de un entactógeno (término definido por D. Nichols, del griego en- «dentro», tactus «tacto» en latín y -gen «generar»): permite desnudar las emociones y conectar con sentimientos de empatía muy profundos.
Cuando no hay mezclas con otras drogas ni excesos, la MDMA tiene un efecto energizante y eufórico que casa a la perfección con muchos estilos de música, particularmente con los sonidos electrónicos. Pero también puede llegar a romper ciertas barreras emocionales, permitiéndonos conectar y expresar sentimientos que llevamos adentro. Hoy, millones de personas consumen esta sustancia de manera recreativa buscando estos efectos de empatía y bienestar que se asocian al «amor». Aunque, como todo, el consumo de éxtasis tiene asociados ciertos efectos secundarios no deseados, sobre todo si se desconoce la composición, la dosis o si se realiza en un contexto inadecuado (puedes encontrar información valiosa sobre los placeres y los riesgos asociados de la MDMA en energycontrol.org).
Curiosamente, muchas personas no saben que antes de que esta droga, hoy ilegal, inundase las raves y los clubes de música electrónica, la MDMA fue legal y su potencial terapéutico fue explorado por psicólogos y terapeutas. (VER artículo MDMA, entre el rave y la terapia.)
En la actualidad, después de 30 años de experimento prohibicionista, estamos volviendo a vislumbrar los resultados. La MDMA ha demostrado ser efectiva en la terapia del trastorno de estrés postraumático. Actualmente se encuentra en fase III de ensayos clínicos, la última fase requerida por la administración americana para que la MDMA sea aprobado como fármaco de prescripción legal. Pero ¿cómo una sustancia que se suele consumir de fiesta puede llegar a tratar un trastorno psiquiátrico tan complejo?
PULPOS Y MDMA
Para demostrarlo, los investigadores de la Universidad Johns Hopkins (EEUU) administraron una dosis de MDMA a una especie animal de pulpo llamada Octopus bimaculoides. Los pulpos son en general seres asociales y solitarios excepto cuando están período de apareamiento. Pero bajo los efectos de la droga, estos animales se vuelven pro-sociales y se les puede ver enredando sus tentáculos para abrazarse. La conclusión es sorprendente: a pesar de que nos separen 500 millones de años de evolución, la MDMA es capaz de activar los circuitos ancestrales de serotonina que compartimos los pulpos y los humanos [2].
Octopus bimaculoides
La interacción de la MDMA con los receptores de serotonina produce una liberación de serotonina que reduce la actividad de la amígdala, encargada de procesar el miedo y, al mismo tiempo, aumentan la actividad en el hipocampo, donde se almacenan los recuerdos. ¿Resultado global? La MDMA logra disminuir los sentimientos de depresión y ansiedad social, lo que conlleva a la extinción del miedo y conduce a una sensación de cercanía y bienestar [3].
Si esta droga puede causar tales efectos en la psique humana, ¿por qué no podemos utilizarla como herramienta para crecer emocional y moralmente como personas racionales que somos?
EL AMOR Y EL AMOR PROPIO
Regua Tolbert y George Greer ya se hicieron esta pregunta en los años 80, antes de que la MDMA se ilegalizara. Más tarde, en 1998, habiendo recopilado las experiencias de más de 80 pacientes, Tolbert y Greer publicaron un método para realizar sesiones de terapia asistidas por MDMA. Los sujetos recibían una dosis de unos 100 mg, se les ponía un antifaz para evitar sobreestimulación y música evocativa para favorecer el viaje interior y la apertura emocional [4]. El 90% de las personas que participaron tuvieron «experiencias positivas y útiles». Gracias a este y otros muchos estudios, el uso terapéutico de la MDMA acumula ya suficiente evidencia científica que avala su seguridad y eficacia en un contexto controlado [5–9].
Como se trata de una sustancia entactógena que ayuda a abrirse emocionalmente –desnudando estos sentimientos de amor y empatía–, algunos expertos argumentan que ya hemos entrado en una realidad que deja de ser una especulación lejana: posiblemente pronto veamos terapias de pareja en las que se administren drogas que, como la MDMA, fomentan los sentimientos de amor para ayudar a superar las dificultades de las relaciones sentimentales [10].
Evidentemente, tomar una píldora no nos va a solucionar los problemas ni tampoco nos va a permitir adquirir un conocimiento moral de forma instantánea. Y tampoco podemos olvidarnos del contexto en el que nos encontramos: un contexto terapéutico, controlado y responsable, muy distinto al contexto recreativo del éxtasis.
Está claro que tomar una sustancia con este fin plantea un dilema ético de grandes dimensiones. Por supuesto, habrá quien considere que utilizar una droga para crecer personal y moralmente no es ético, o que podría resultar en una práctica potencialmente peligrosa. Pero ¿qué hay de las personas que consumen psicofármacos a diario e incluso son dependientes de ellos? ¿Acaso no están afectadas sus emociones o sus sentimientos bajo la influencia de estas drogas?
La sociedad ya no es tan inculta farmacológicamente, así que tal y como argumentaba Antonio Escohotado, conviene dejar claro el tema:
“Todo uso de una sustancia psicoactiva es un ejercicio de masoquismo si falta amor propio y conocimiento. Con amor propio y conocimiento tendremos el programa clásico de la sobria ebrieta, un ejercicio de prudente hedonismo en vez de imprudente autodesprecio.”
Referencias
[1] J.P. Burkett, L.J. Young, The behavioral, anatomical and pharmacological parallels between social attachment, love and addiction, Psychopharmacology (Berl.). 224 (2012) 1–26. https://doi.org/10.1007/s00213-012-2794-x.
[2] E. Edsinger, G. Dölen, A Conserved Role for Serotonergic Neurotransmission in Mediating Social Behavior in Octopus, Current Biology. 28 (2018) 3136-3142.e4. https://doi.org/10.1016/j.cub.2018.07.061.
[3] B. Sessa, L. Higbed, D. Nutt, A Review of 3,4-methylenedioxymethamphetamine (MDMA)-Assisted Psychotherapy, Front Psychiatry. 10 (2019). https://doi.org/10.3389/fpsyt.2019.00138.
[4] G.R. Greer, R. Tolbert, A method of conducting therapeutic sessions with MDMA, J Psychoactive Drugs. 30 (1998) 371–379. https://doi.org/10.1080/02791072.1998.10399713.
[5] J. Holland, ed., Ecstasy : The Complete Guide : A Comprehensive Look at the Risks and Benefits of MDMA, Original ed. edition, Park Street Press, Rochester, Vt, 2001.
[6] B. Sessa, D. Nutt, Making a medicine out of MDMA, The British Journal of Psychiatry. 206 (2015) 4–6. https://doi.org/10.1192/bjp.bp.114.152751.
[7] B. Sessa, The 21st century psychedelic renaissance: heroic steps forward on the back of an elephant, Psychopharmacology. 235 (2018) 551–560. https://doi.org/10.1007/s00213-017-4713-7.
[8] M.C. Mithoefer, M.T. Wagner, A.T. Mithoefer, L. Jerome, R. Doblin, The safety and efficacy of ±3,4-methylenedioxymethamphetamine-assisted psychotherapy in subjects with chronic, treatment-resistant posttraumatic stress disorder: the first randomized controlled pilot study, J Psychopharmacol. 25 (2011) 439–452. https://doi.org/10.1177/0269881110378371.
[9] A.A. Feduccia, J. Holland, M.C. Mithoefer, Progress and promise for the MDMA drug development program, Psychopharmacology (Berl.). 235 (2018) 561–571. https://doi.org/10.1007/s00213-017-4779-2.
[10] B.D. Earp, J. Savulescu, Love Drugs: The Chemical Future of Relationships, 1 edition, Redwood Press, Stanford, California, 2020.